jueves, 14 de octubre de 2010
Albert Einstein
Considerado largamente como el científico más emblemático de la época contemporánea, solía decir:
“Quiero conocer cómo Dios ha creado al mundo. No me interesa un fenómeno u otro en particular. Quiero conocer sus pensamientos... el resto son detalles”. Y es que para el hombre de la cabellera revuelta, ciencia y mística, mente y cuerpo, eran binomios indisolubles.
Una realidad absolutamente irrefutable y milenaria en Oriente, pero una “noticia” que aún se desvela tímida en Occidente. De ahí la aportación invaluable que hace Candence Pert, psicofarmacéutica de origen estadounidense, quien ha conseguido sustentar en el ámbito científico esta “nueva” concepción que vincula mente, cuerpo y emociones. Pert se dio a conocer en la comunidad científica internacional en los 70, cuando descubrió que el cuerpo humano posee receptores opiáceos. En años posteriores, como jefa de Bioquímica Cerebral del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, demostró qué ideas y emociones afectan las moléculas que rigen nuestra fisiología. Dicho sin rodeos, la autora del libro Molecules of Emotion unió física cuántica y biología.
Según su teoría, las moléculas de las emociones se desplazan por el cuerpo y embonan en los receptores de las células tal como lo hace una llave en una cerradura, lo cual daría exactamente lo mismo de no ser porque tras el “clic” transforman todas las células del cuerpo.
Anatómicamente, las moléculas de las emociones se ubican en la zona del cerebro encargada de la percepción. Y los traumas, por ejemplo, se alojan en forma de recuerdos en el cerebro, pero también en la médula espinal. Y con el tiempo pueden impactar al cuerpo bajo la forma de una enfermedad.
Concretamente, vía afecciones renales, según la experiencia científica que ha documentado durante las últimas tres décadas.
“Muchos médicos consideran aún irreal dicha relación, pero la evidencia científica es aplastante”, asegura.
Y nos ofrece otro dato revelador: las células cerebrales y las inmunes son muy parecidas, y ambas se organizan según nuestros estados de ánimo.
Por ello, incluso para los más incrédulos, la clave ha de ser, dice Pert, aprender sobre sus emociones. No reprimirlas, sean o no positivas. Y sobre todo, utilizarlas como barómetro, preguntarse: ¿Por qué me siento así y qué trata de decirme dicha emoción?”.
El asunto no es trivial. A su juicio, es el cincel que graba nuestro futuro. Y pone sobre la mesa una reflexión adicional: “Hemos conseguido probar científicamente que la más grande influencia que podemos ejercer sobre nuestro cuerpo son las expectativas que nos creamos. Es decir, lo que creemos que va a suceder y lo que nos auto convencemos de que sucederá”.
Pert le arrebata al destino las riendas de nuestra vida para colocarlas en nuestras manos.
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